Durante mucho tiempo, en España creímos que el desarrollo económico de las autonomías y del Estado, seria un éxito si éramos competitivos a nivel de costes para la inversión del capital global, y viendo cada territorio, incluso dentro del mismo Estado, como territorios contrincantes en la lucha por la inversión extranjera.
La verdad, es que este pensamiento lleva muchas veces a hacer cualquier cosa por ser más competitivo que el de al lado, haciendo que nuestros costes sean más bajos y facilitando a las empresas la ubicación en nuestro territorio rebajando impuestos, cediendo espacios, dándoles subsidios o cediendo incluso en los controles de normativa haciéndolos más flexibles. Este hecho incluso sigue dándose en algunas comunidades autónomas que de esta manera pretenden conseguir que se instalen más industrias en su región. No viendo que esto es pan para hoy y hambre para mañana. Esto implica que los ciudadanos de estas comunidades hayan de tener más precariedad en su trabajo, salarios más bajos, pérdida de otro tipo de derechos y lo que es peor, una paulatina pérdida de poder de la administración pública frente al capital. Además, este estilo de competición no consigue atraer la inversión de manera estable, sino que las empresas que se instalan lo hacen por las condiciones que se les dan, y en el momento que reciben condiciones que les convienen más en otro lugar, se van dejando una situación igual, si no más precaria de la que existía en el momento que decidieron aterrizar en nuestras fronteras.
Además, no suele ser muy habitual que estas empresas reinviertan sus ganancias en el territorio donde se han establecido, ni si quiera durante su estancia, o sea que mucho menos todavía una vez han decidido marcharse. Normalmente, estas empresas no sienten ningún tipo de responsabilidad a un territorio o a una ciudadanía, si ni siquiera la tienen con sus propios trabajadores cuando deciden marcharse, de este modo no se comprometen con el desarrollo del municipio o de la comunidad donde han ido a parar.
Viendo como funciona la inversión foránea, más después de las experiencias de deslocalización que estamos viviendo, creo que tanto para España, donde como he dicho todavía se compite de ese modo en algunas regiones creyendo que es la forma de desarrollarse, como los nuevos países de la UE, deben plantearse que su desarrollo económico y social no va a venir de fuera, como si se encontraran una lámpara de Aladín, sino que implica potenciar a las personas y las organizaciones que ya están hoy en su territorio. Invirtiendo en desarrollar las capacidades de las personas mejorando los sistemas educativos, mejorar la capacidad de gestión de la administración pública, y redescubriendo nuevas actividades y recursos a las que quizás no les hemos dado valor hasta la fecha.
No pretendo criminalizar la inversión extranjera, pero hay que tener en cuenta que si los recursos que se dedican a captar esas inversión, se hubieran captado a fortalecer el desarrollo de aquellas empresas que son propias del territorio, posiblemente habríamos conseguido un desarrollo económico no tan rápido, pero si mucho más comprometido con el desarrollo social del territorio.